Se acerca inexorablemente el día 3 de julio de 2015, un día marcado en el calendario por la Ley Electoral para que por fin, después de las impugnaciones de dos partidos políticos, se pueda constituir la Asamblea plenaria de Melilla y se proceda a la investidura del nuevo presidente. Los ciudadanos hablaron el pasado día 24 de mayo y lo hicieron con contundencia, demostrando una madurez democrática que había estado escondida en los agujeros de la desconfianza, el conformismo, la «pinza en la nariz», que otrora otorgaba mayorías absolutas al Partido Popular en la ciudad. Por ello, hoy tendremos una Asamblea de 25 diputados, que no tienen un color en mayoría absoluta, lo que hace que todas las voces del pueblo deban ser escuchadas para poder llegar a acuerdos que se conviertan en realidades.
Sin embargo, el primer escollo nos lo estamos encontrando precisamente en el paso previo. Estamos aún en periodo electoral, en la llamada «segunda vuelta», en la que sólo los diputados de la asamblea, elegidos en las urnas, podrán votar de manera libre e individual la candidatura que le merezca su confianza para presidir (que no gobernar, aunque esto lo explicaré más adelante) el gobierno de nuestro pueblo.
La votación es bien sencilla. Según marca el Reglamento de la Asamblea, sólo los cabeza de lista pueden ser elegidos presidente de la Asamblea. Esto es algo que yo personalmente cambiaría, porque permite que los partidos políticos controlen demasiado el proceso de votación, que de hecho ya marcan en tanto no se puedan presentar listas abiertas y los diputados sean completamente elegidos por el pueblo y no por los partidos y luego refrendados por el pueblo. Pero por extraño que parezca, existe otro paso que hay que dar; el cabeza de lista de cada partido decide si presenta o no su candidatura para ser votada. Esto es otro de esos sinsentido de este Reglamento que también creo que podría cambiarse, a fin de cuentas, si alguien se presenta a las elecciones como «candidato a la presidencia de la ciudad», una vez entrado en la asamblea ¿que sentido tiene bajarse del carro en el que le han subido los ciudadanos con su voto y no presentar la candidatura cuando se produce la votación para el puesto para el que supuestamente se ha presentado?. Así las cosas y con el actual Reglamento en la mano, los diputados tienen dos opciones a la hora de votar a cada candidato que se presente (no tres como algunos se empeñan en creer), o se le da la confianza, o se abstiene (no puede votar «en contra», de ahí que sólo haya dos opciones). LA razón de que un diputado no pueda votar en contra es que este voto NO TIENE ningún efecto sobre el resultado final y en principio, ningún diputado PUEDE NEGARSE a que un cabeza de lista, democráticamente salido de las urnas, pueda ser elegido por sus compañeros de Asamblea (los 25).
La lógica nos dice que, con los resultados electorales en la mano, los diputados electos salidos de la lista que propuso el Partido Popular votarán al que, con toda probabilidad, presentará su candidatura presidenciable; Juan José Imbroda. Esto no es un axioma, puesto que, repito, el voto de los diputados es individual y libre, aunque el control de los partidos políticos sobre el voto de los diputados electos salidos de sus listas nos hace pensar que así será. El Partido Popular hará así no sólo uso de su derecho adquirido en las urnas, sino que será consecuente y coherente con su candidatura y con los más de 13.000 votantes que la han refrendado. Sin embargo, todos los diputados pertenecientes a listas diferentes a la del PP, han declarado de manera contundente que no van a otorgarle la confianza al señor Imbroda para que sea investido como presidente. Dejando al margen algunas frases fuera del contexto democrático en el que todos debemos de nadar como «debe gobernar la lista más votada» (algo magistralmente rebatido por Juan Luis Cebrián en el periódico El País del 25 de junio http://elpais.com/elpais/2015/06/24/opinion/1435163501_699259.html) la realidad es que, a día de hoy, sólo 12 de los 25 diputados electos otorgarán previsiblemente su confianza al señor Imbroda. Esto, que no es baladí, está previsto en el Reglamento de tal manera que se entiende su importancia: «Si el candidato resultara elegido por mayoría absoluta de los diputados, sería investido, si no, lo será por mayoría simple aquel candidato que hubiere obtenido el mayor número de apoyos». Esto quiere decir, ni más ni menos, que la elección de candidato a la presidencia debe, preferiblemente ser por mayoría absoluta, y que la excepción se plantea cuando hay MÁS DE UN CANDIDATO y ninguno de ellos obtiene los apoyos necesarios para ser investido por mayoría absoluta. El Reglamento no contempla la posibilidad de tener UN SÓLO CANDIDATO que no tenga el apoyo de la mayoría absoluta de los diputados, ¿por qué?, pues porque lo lógico, lo responsable, lo democrático, es presentar UN CANDIDATO ALTERNATIVO y tratar de recabar el apoyo de los diputados de la Asamblea que deberán inexorablemente elegir ENTRE UNO U OTRO. La abstención, como puede verse, es una salida poco responsable, que permite la investidura de quien no cuenta con el apoyo DE LA MAYORÍA ABSOLUTA de los diputados ¿que clase de investidura es esta? ¿representa la voluntad del pueblo?.
En esta situación, cabe recordar que cuando un partido político a través de sus diputados electos tiene la intención de abstenerse a la hora de dar la confianza a un cabeza de lista que presenta su candidatura a la presidencia de la ciudad, TIENE EL DEBER de presentar a un candidato alternativo al que votar. Se trata de una OBLIGACIÓN para con el pueblo que ha entregado el acta de diputado a cada uno de los miembros de esta mesa, EL PARTICIPAR ACTIVAMENTE en la elección de candidato a la presidencia. ¿Cómo justificar la decisión de no participar en la votación para la que han sido habilitados por el pueblo?. Para que se entienda; esto es como crear un partido político, presentarse a las elecciones, y luego «abstenerse de votar»: lo lógico es votarse uno mismo o buscar una candidatura de consenso (coalición en el caso de las elecciones) para sumar más votos y así tener mayor representación en la Asamblea.
La decisión de buscar un candidato alternativo responde a una necesidad básica, y es que al final, como todo el mundo sabe en democracia, cuando no hay una opción que encaje a la perfección con mis preferencias, debo votar a la que más se acerca o a la que menos se aleja de ellas. Esto es válido para las elecciones, y es lo que todos los políticos, todos, predican cuando hacen campaña: la abstención es mala para la democracia. Lo mínimo es que cada partido presente su candidatura y que ésta sea sometida a votación. Lo deseable es que se encuentre un candidato de CONSENSO para que el candidato más votado lo sea por mayoría absoluta (que sea el que más confianza genera no el que menos desconfianza).
Como yo soy un demócrata empedernido me moveré en estas dos realidades; una de ellas es que cada partido instruya a sus cabeza de lista a presentar sus candidaturas. En esta realidad que dibujamos posible el próximo día 3 de julio, el señor Imbroda conseguiría 12 apoyos, seguido del señor Aberchán con 7, la señora Rojas con 3, el señor De Castro con 2 y previsiblemente (porque aún puede aceptar el acta de diputado el señor Liarte) la señora Velázquez con 1. Esto quiere decir que el candidato más votado, en mayoría simple sería el señor Imbroda, pues 12 diputados consideran que es el candidato más «confiable» frente al resto, de la misma forma que los demás candidatos consideran que, el suyo (el de su lista), es el más confiable frente a los demás. En este hipotético caso, el señor Imbroda, cabeza de lista de su partido, presidente del mismo y ahora investido presidente con los votos exclusivos de los diputados que él mismo ha elegido tener en la lista que él encabeza, gobernaría (aquí si) la ciudad sin tener que contar con nadie para tomar las decisiones que estime oportunas, puesto que cuenta, de antemano, con 12 acólitos incondicionales elegidos a dedo por él mismo, para formar un gobierno monocolor. Inmediatamente después elegiría a sus consejeros y viceconsejeros, dibujaría su gobierno y, con toda probabilidad, seguiría haciendo lo mismo que ha estado haciendo hasta ahora, con una sola excepción: tendría que buscar acuerdos puntuales con algún diputado (o Grupo Parlamentario) para aprobar las cuestiones que sean competencia de la Asamblea. Haría falta que la totalidad del resto de diputados que no apoyaron a Imbroda se pusiese de acuerdo, para poder bloquear una sola de las decisiones del Gobierno e incluso en este caso, gracias a las herramientas que el Reglamento pone a disposición del presidente y el Gobierno (además de la ley y la picaresca, claro), se podría circunvalar la acción de la oposición en caso de que ésta se pusiese de acuerdo en bloquear alguna decisión o promover alguna propuesta. Tratar de «controlar» al Gobierno cuando éste depende sola y exclusivamente de UNA PERSONA, que lleva 15 años gobernando sin tener que pedir cuentas a nadie, con una infraestructura creada cuya base ha sido la falta de transparencia, la falta de diálogo y consenso, parece una aspiración muy lejana, aunque se ponga mucho empeño y buena voluntad en ello.
La otra realidad que puede darse el día 3 de julio es una candidatura de consenso. Partimos de la base de que, los diputados pertenecientes a la lista del Partido Popular no están interesados en participar de una candidatura diferente a la del señor Imbroda, entre otras cosas porque con exclusivamente sus votos pueden alcanzar una mayoría simple por encima de las demás candidaturas y, como todos los partidos, prefieren a su propio candidato que tener que «pactar» uno de consenso. En cualquier caso es legítimo que buscaran el consenso para apoyar al señor Imbroda con una mayoría absoluta y no a otro que goza de menor número de votos de su propia lista. Sin embargo, los diputados del resto de las formaciones políticas no se encuentran en la misma situación. Siempre entendiendo que ninguno considera que el señor Imbroda es digno de su confianza, el punto de partida sería que su propio candidato (el cabeza de su lista) es el candidato de su «máxima confianza». Aquí se produce la oportunidad de consenso; ¿existe un candidato que sea más digno de mi confianza que Imbroda aunque lo sea menos que mi propio candidato?. A sabiendas de que, sin consenso, el resultado será que a todas luces el candidato «con menos confianza» será investido, la responsabilidad llama a los diputados a hacerte esta necesaria reflexión. Y este es el punto de partida de las llamadas «reuniones del Parador» que han intentado ser un foro en el que se dirima este dilema. Pero hay que hacer una necesaria puntualización aquí; el candidato presidenciable salido de un consenso se escapa a la «disciplina de partido», ya que es necesario que VARIOS partidos (ideologías, grupos, ciudadanos) CONSENSÚEN un presidente. Este presidente NO VA A GOBERNAR la ciudad, puesto que imponiendo la disciplina de partido sólo conseguiría sumar en la Asamblea los votos DE SU GRUPO, que siempre serán minoría frente al resto. De esta manera, el presidente sólo presidirá, y tendrá que someterse a la voluntad de la ASAMBLEA, que es a fin de cuentas el órgano soberano y la representación más fiel de la voluntad del pueblo (25 gobernantes, no 1). En este supuesto, el presidente no podrá formar a su equipo de gobierno, sino que lo tendrá que consensuar con, al menos, los diputados que lo han investido (y que no le han dado un cheque en blanco) y éste equipo se dedicará a EJECUTAR, no a gobernar, las decisiones que se hayan tomado en la Asamblea o en las distintas Comisiones, sin poder tomar una actitud de liderazgo, sino más bien de trabajo (el consejero será un trabajador a las órdenes de la Asamblea, de los diputados, quienes serán los que tomen las decisiones). Como puede verse, elegir a un candidato de consenso tiene algunas ventajas inherentes a la forma en la que ha sido elegido, derribando el muro de los partidos políticos y las ideologías, para acercar el gobierno al pueblo, a través del consenso de las distintas sensibilidades para llegar a un acuerdo común, que goce de la aceptación de todos.
En una ciudad tan plural como la nuestra, parece que la segunda opción es la más democrática, la más justa, la más acertada. Ahora habrá que buscar a ese candidato que lidere el cambio. Me resisto a pensar que el próximo presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla vuelva a ser el señor Imbroda… «porque no hay otro mejor».